Joanna Newsom


Mi relación con la cantante e instrumentista norteamericana Joanna Newsom viene de lejos. Corría el año 2006 en Roma cuando mi amigo Vincenzo me dijo que tenía que escuchar ese disco llamado Ys. Desde el primer momento me fascinó que Newsom tocara el arpa (empezó con este instrumento a los siete años) el piano y el clavicordio. Compositora de sus canciones, su voz cristalina, pura e infantil le otorgaba cierto freackismo, y su sonido folk onírico y genuino te transportaba a otro tiempo.

Ys (Drag City, 2006) es una joya compuesta por cinco canciones entre los siete y los dieciséis minutos de duración, una epopeya de letras enrevesadas, evocadoras y poéticas sorprendentemente maduras para una artista que en esos tiempos contaba solo 24 años.  Temas como Emily, que abre el disco y está dedicado a su hermana, la dulce Onlyskin o la desoladora Stardust & Diamonds se desdoblan en varias canciones dentro de sí mismas, como pequeñas óperas en las que cada acto tiene su propia historia, su propio sonido, y al final todo se armoniza y la pieza es perfecta en su totalidad. 
                                     

(Stardust & Diamonds)

Cuando yo la descubrí, Newsom tenía ya otro disco de estudio a sus espaldas, The Milk – Eyed Mender (Drag City, 2004) del que también disfruté enormemente, aunque me pareció menos elaborado y punzante que Ys. Eso sí, la frescura y espontaneidad de este primer trabajo son innegables y buen ejemplo de ello es la que sigue siendo mi canción favorita de la artista, la chispeante e irresisitible Peach, Plum, Pear. En esta canción está concentrado todo lo que Joanna Newsom representa para mí, su esencia; ese clavicordio que te atrapa, su voz pura, poderosa y naïf, la complejidad escondida en lo aparentemente más sencillo.


(Peach, Plum, Pear)

Hay que decir que la joven cantante californiana no es apta para todos los gustos, es sin duda una artista diferente, difícil de catalogar, su voz luminosa o te enamora o te irrita y es fácil que a alguno no le entre a la primera escucha, pero precisamente ahí reside su sello y su originalidad.

Joanna Newsom formó parte de la banda sonora de mi época romana y la escuché hasta agotarla. Pero como pasa a menudo, cuando al cabo de unos años volví a Barcelona, mi relación con la artista (pasó también con muchos otros) se quebró durante mucho tiempo. Desapareció de mi mundo, porque pertenecía a esa otra vida que había tenido durante cinco años y de la que no me apetecía hacer reaparecer los fantasmas.

Y así quedó, olvidada hasta que hace unos meses, leyendo las listas de los mejores discos del año, allí estaba ella. Durante siete años no la había vuelto a escuchar, ni a saber de ella, pero ese día de diciembre nos reencontramos. Volvía ahora que esos recuerdos ya no dolían y que mi nuevo mundo estaba más que construido. Y me puse enseguida con su último trabajo, este Divers (Drag City, 2015) que me la devolvió y me sorprendió muy gratamente, con temazos como Sapokanikan (ya el título me parece genial, como si de una palabra mágica se tratara) o el propio Divers


 

                                                                  (Sapokanikan)

Quizás haya perdido algo de ese sonido tan especial de sus inicios, ese rollo outsider y barroco que la envolvía, pero la voz de la Newsom sigue brillando, clara, ligera y delicada, conservando sus habituales e interminables juegos vocales, sus roturas que no rompen y esos crescendos que te llevan a finales apoteósicos. Una artista libre, lúcida y brillante, que visitó Barcelona el pasado noviembre y que, por perdérmela, me quedará la espinita de no haberla visto en directo. Seguro que habrá otras ocasiones... Joanna, yo ya no te pierdo la pista.


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