La niña Nina

Hace unos días vi el documental de Netflix What happened Miss Simone, sobre la inconfundible y ecléctica cantante, compositora y pianista Eunice Kathleen Waymon, más conocida como Nina Simone. Este documental, dirigido por Liz Garbuz, me gustó especialmente porque me mostró aspectos sobre la historia de esta artista que desconocía por completo,  descubrí cómo Eunice pasó a convertirse en Nina. Lo que más me sorprendió y me entristeció también fue que, a pesar de haber sido una de las artistas de jazz y blues más inconfundibles de todos los tiempos (aunque empezó con un sonido mucho más folk por las influencias de la música popular que conocía y de la música espiritual), a pesar de conseguir éxito, dinero y fama, nada de eso la hizo feliz. Tuvo una vida triste, solitaria, frustrada por injusticias, maltratos y decepciones. Y nunca se sintió una triunfadora porque nunca consiguió lo que realmente deseaba.

Eunice nació un 21 de febrero en Tryon, Carolina del Norte. Los Estados Unidos no eran precisamente Disneylandia para una niña negra en 1933. El racismo y la violencia estaban al orden del día y la segregación racial era un hecho. Cuando debutó públicamente en un recital de piano a los diez años, sus padres, que se habían sentado en primera fila, fueron obligados a moverse para ceder sus asientos a personas blancas. Ya de adolescente, le decían que su nariz era demasiado grande, sus labios demasiado carnosos y su piel demasiado negra. Eunice vivió en el Norte hasta los 17 años, por lo que las discriminaciones sufridas durante su infancia y su juventud la marcarían de por vida y la harían involucrarse, años más tarde, en el Movimiento por los Derechos Civiles.




A los cuatro años Eunice empezó a tocar el piano. Su madre era predicadora y la pequeña cantaba y tocaba el piano en la iglesia local.  Allí la descubrió una profesora de música, la Sra. Mazzanovich, con la que estudió piano clásico durante seis años. La Sra. Mazzanovich era blanca y para ir a sus clases Eunice tenía que cruzar las vías del tren que dividían la zona donde vivían los blancos de los negros, cada día la niña cruzaba la vías y tenía miedo, no le gustaba ir al otro lado.  Allí descubrió a Bach, Beethoven, Debussy, Brahms... Le apasionaron, pero su vida se centraba en las clases y en practicar ocho horas diarias, nunca jugaba con otros niños y la pequeña se sentía sola. La profesora Mazzanovich estaba convencida de que Eunice se convertiría en la primera pianista clásica negra de los Estados Unidos y la preparó a conciencia para ello. Incluso creó el Fondo Eunice Waymon, para que Eunice continuara su educación cuando tuviera que dejar sus clases. Al acabar el instituto, gracias al dinero recaudado, Eunice entró a estudiar piano en la prestigiosa Escuela de Música Julliard de Nueva York. Durante año y medio su vida fueron Czerny, Liszt, RachmaninoffBach... Eunice no podía imaginar una compañía mejor. Después solicitó una beca para continuar sus estudios en el Instituto de Música Curtis de Filadelfia, pero la rechazaron. Y fin. Aquí se desvaneció para siempre el sueño de Eunice Kathleen Waymon de convertirse en la primera pianista negra de conciertos de los Estados Unidos. Aquí se dio cuenta, una vez más, de que por ser negra solo le estaban permitidas ciertas cosas en la vida y esa no era una de ellas. Estaba convencida de ser lo bastante buena para entrar, lo sabía,  y también sabía que no la habían aceptado porque su piel era demasiado negra. La artista declara que nunca superó esa sacudida de racismo. De haber conseguido esa beca quizás habría sido concertista y Eunice Waymon nunca se habría convertido en Nina Simone.  

Para mantener a su familia, que se había trasladado a Filadelfia con ella, Eunice tuvo que abandonar sus estudios y ponerse a trabajar. Encontró trabajo en un tugurio de Atlantic City, vestía trajes de noche y tocaba todo lo que se le ocurría, pop, góspel, clásica.  A la segunda noche el dueño del local le dijo que, si quería conservar el trabajo, no bastaba solo con tocar el piano, tenía que cantar y desde entonces Eunice cantó. Tocaba en bares para mantener a su familia pero no quería que su madre supiera que tocaba en clubes nocturnos y se cambió el nombre. Y así fue como en 1954 nació Nina Simone; Nina por “niña”, como la llamaba un antiguo novio, y Simone por la actriz francesa Simone Signoret. Nina tocaba toda la noche, se lo escondía a su familia y no tenía ningún tipo de vida social. Pero necesitaba el dinero, así que nunca se lo planteó como una opción. Si tenía que tocar, tocaba, si tenía que cantar, cantaba. Era su trabajo y sus herramientas su piano y su voz. Y así siguió siempre, trabajando. Ella quería tocar a Bach y en vez de eso tocaba jazz, pero así es la vida.



Más adelante vendrían el reconocimiento, el dinero, la ambición, la política… Las grandes audiencias y llegar al público de todo el mundo. Su marcha de Estados Unidos en 1969 tras la muerte de Martin Luther King, sus problemas con las discográficas por su carácter complicado y temperamental, las evasiones de impuestos, la bajada a los infiernos y  la vuelta a los escenarios. Las luces y las sombras que acompañan la vida de cualquier persona.  

Pero ahora sé que también hubo una niña pequeña que tenía un sueño que nunca se cumplió. Y que siguiendo otro camino, el que ella no quería, se convirtió en una de las mayores artistas de jazz y blues de todos los tiempos. Que juguetona es la vida... Gracias a ese destino impertinente el gran público, ese que tanto la hacía enfurecer cuando hablaba en medio de sus actuaciones, pudo disfrutar de su voz de contralto, de su pasión y de su innegable talento. De su manera de cantar única e inconfundible, esos gritos, esos susurros, esa capacidad para transmitir estados de ánimo en cada palabra que salía de su boca, en cada nota que emitía su piano. Esa energía que te llega al escucharla, al ver las grabaciones de sus primeras actuaciones, esa manera que tenía de transformar cada canción en una experiencia, su experiencia, y no te podías escapar de ella, tenías que compartirla. ¿Acaso no es eso lo que esperamos de un artista? Que nos enganche por dentro y nos haga sentir queramos o no. Quizás el legado que nos ha dejado no es el de una concertista de música clásica, pero si, como dice ella misma en el documental: Lo que me interesaba era expresar un mensaje emocional y era necesario usar todo lo que tienes dentro a veces para tocar una sola nota. O si tienes que esforzarte y cantar, cantas”, si lo que quería era hacernos sentir, entonces, no le salió del todo mal ¿no creéis? 





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