FLORENCE AND THE MACHINE 16/04/2016 Palau Sant Jordi
Había mucha expectación para ver por fin a Florence and The Machine en Barcelona, hacía seis años que la banda británica no pisaba la ciudad condal y, con discos tan enormes a sus espaldas como Ceremonials (2011) y el reciente How Big, How Blue, How Beautiful (2015), eso era algo imperdonable. Afortunadamente el pasado sábado la ninfa Florence, la maravillosa hada neo hippy Florence Welch, nos pagó con creces la espera. Ataviada con un vestido largo de ensueño, con transparencias que dejaban ver sus infinitas piernas al bailar, dar vueltas y hacer piruetas, con un precioso pájaro naranja bordado en el pecho del que parecía emanar un fuego a juego con su melena, la cantante apareció descalza y de puntillas y se acercó a saludar y abrazar a un público entusiasmado que, sorprendentemente, no llenó el Palau Sant Jordi. Delicada y todavía contenida, arrancó con "What The Whater Gave Me", para desatar ya toda su fuerza en "Ship to Wreek" y "Rabbit Heart". Bailando, haciendo piruetas y corriendo de un lado a otro, la cantante se transforma en un torbellino encima del escenario, en una fuerza de la naturaleza incapaz de dejar indiferente a nadie. Es más, la ves y la adoras.
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Acompañada por una banda clásica, más teclados, coros y sección de viento, la cantante repasó su discografía en hora y media de concierto y su actuación fue entregada e impecable, pero algo falló en el sonido de la banda. Le faltó volumen, contundencia, no oíamos ese punch de batería tan característico, ni el piano, ni siquiera esa onírica harpa que daba ese toque místico al conjunto tan acorde con la personalidad de la artista. Ninguno de los instrumentos brilló, y dudo de que fuera por miedo a robarle protagonismo a la cantante. La capacidad vocal de Florence Welch es asombrosa y, tras verla en directo, tengo claro que nada puede hacerle sombra encima de un escenario, si los instrumentos se hubieran oído más, de seguro no la habrían eclipsado. Florence interpreta magistralmente sus canciones a pesar de no parar quieta ni un segundo, las transforma en pequeñas performance, bailando, comunicando con todo su cuerpo y entregándose por completo. El escenario es su hábitat, conecta con el público, se acerca a él, le habla... Nos dice que siente nuestro amor y que nos queramos más a nosotros mismos y a los que nos rodean, nos pide que nos abracemos... Florence practica y predica el amor y la vitalidad de sus canciones y se lo regala a su público. Cantó maravillosamente, pero por parte de la banda faltó ímpetu en temas como "Shake It Out", "Deliah" o en "You've Got The Love" y "Dog Days Are Over", hits indiscutibles capaces de alegrarte el día que en el Sant Jordi sonaron planos y apagados. Incluso "What Kind of Man", ya en los bises, sonó floja y sin demasiada intensidad. Aún así, el público las vivió con emoción y marcaron los momentos álgidos de la noche.
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No puedo decir que fue un concierto de diez, pero la artista británica se ganó sobradamente el sobresaliente. La carismática personalidad de Florence Welch es tan abrumadora como su voz y verla en directo es un espectáculo que repetiría sin dudarlo. Etérea y delicada como la Ofelia de Sir John Everett Millais y a la vez desbordante de vida, una vida que sale a borbotones de cada uno de sus gestos, de cada nota inalcanzable de su voz. Una náyade de voz rotunda y poderosa, frágil y explosiva a partes iguales. Diva absoluta.
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Acompañada por una banda clásica, más teclados, coros y sección de viento, la cantante repasó su discografía en hora y media de concierto y su actuación fue entregada e impecable, pero algo falló en el sonido de la banda. Le faltó volumen, contundencia, no oíamos ese punch de batería tan característico, ni el piano, ni siquiera esa onírica harpa que daba ese toque místico al conjunto tan acorde con la personalidad de la artista. Ninguno de los instrumentos brilló, y dudo de que fuera por miedo a robarle protagonismo a la cantante. La capacidad vocal de Florence Welch es asombrosa y, tras verla en directo, tengo claro que nada puede hacerle sombra encima de un escenario, si los instrumentos se hubieran oído más, de seguro no la habrían eclipsado. Florence interpreta magistralmente sus canciones a pesar de no parar quieta ni un segundo, las transforma en pequeñas performance, bailando, comunicando con todo su cuerpo y entregándose por completo. El escenario es su hábitat, conecta con el público, se acerca a él, le habla... Nos dice que siente nuestro amor y que nos queramos más a nosotros mismos y a los que nos rodean, nos pide que nos abracemos... Florence practica y predica el amor y la vitalidad de sus canciones y se lo regala a su público. Cantó maravillosamente, pero por parte de la banda faltó ímpetu en temas como "Shake It Out", "Deliah" o en "You've Got The Love" y "Dog Days Are Over", hits indiscutibles capaces de alegrarte el día que en el Sant Jordi sonaron planos y apagados. Incluso "What Kind of Man", ya en los bises, sonó floja y sin demasiada intensidad. Aún así, el público las vivió con emoción y marcaron los momentos álgidos de la noche.
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No puedo decir que fue un concierto de diez, pero la artista británica se ganó sobradamente el sobresaliente. La carismática personalidad de Florence Welch es tan abrumadora como su voz y verla en directo es un espectáculo que repetiría sin dudarlo. Etérea y delicada como la Ofelia de Sir John Everett Millais y a la vez desbordante de vida, una vida que sale a borbotones de cada uno de sus gestos, de cada nota inalcanzable de su voz. Una náyade de voz rotunda y poderosa, frágil y explosiva a partes iguales. Diva absoluta.
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